Cuando la máscara lo es todo
Hay una clara incoherencia entre lo que se muestra o pretende mostrar y la acción o trasfondo real. En un mundo medianamente funcional, la calidad ética produce una consecuencia estética. Por ejemplo, aquel que es bondadoso, disciplinado y laborioso tiene una apariencia de tales caracteres. Pero la posmodernidad, a pesar de querer plantearse como una forma de convertir la estética en irrelevante y la ética en el todo, ha provocado e incentivado todo lo contrario. Aunque no es irónico, un momento histórico en que las personas se auto-representan como aquello que no son, es el mismo momento histórico que se presenta como lo único que no es.
Vivimos en el esperpento de una dinámica social que hace que la gente quiera ser reconocida por caracteres que no le son propios. Al saber de forma implícita que la estética, cuando no se vive una adulteración como la que vivimos, es una consecuencia de caracteres éticos, la gente desarrolla artificialmente esa estética que, se supone, le otorga el status de unos caracteres éticos que desea pero no tiene. Y no los tiene porque el deseo no es nada si no se tiene la voluntad suficiente. El sacrificio ético para conseguir un mínimo efecto estético, es demasiado agotador y poco apto para la masa. La masa es blanda y conformista. Así que, teniendo la capacidad de aparentar una estética sin ninguna clase de sacrificio personal y poder hacer creer a los demás que se tienen unos caracteres éticos que nos gustan, no hay más que hablar. Por eso vivimos en un mundo de esperpento y pretenciosos sin calidad moral alguna.
Y daré un ejemplo sin entrar en personificaciones. Hablaremos de un ente algo más abstracto, aunque por ser un ente social, también afectado por esta dinámica.
Hablaremos de una empresa X. Empresa arquetípica de nuestros tiempos. Empresa que en cada pronunciamiento es una oda onanista a sus bondades morales. Es una empresa multicultural y tolerante, respetuosa de todas las formas de vida y que pretende que sus trabajadores se sientan parte de una familia, que tengan compromiso con sus compañeros y con la empresa, que exista una fuerte identidad corporativa e identificación del trabajador con la empresa. Hasta ahí, precioso. Oscar a la pantomima principal.
La empresa se presenta con una cualidades y espera una contraprestación similar de sus empleados.
Pero en la práctica, los trabajadores de esa empresa temen tener hijos, incluso pronunciarse públicamente sobre sus deseos de formar una familia. Temen ponerse enfermos «de más». No pueden ni siquiera concebir que si un día tienen una indisposición muy puntual, la empresa sea lo suficientemente «familiar y tolerante» como para no hacerlo un casus belli contra el trabajador. Se reclama al trabajador un compromiso incoherente con la realidad ética de la empresa. Pero como en algún sitio se han declarado «una gran familia con una cultura empresarial basada en la tolerancia y la multiculturalidad, la psicópata de la empresa es negra y hay un chino con acento de Getafe, todo perdonado. Tú estarás cagado por pensar lo bonito que sería llevar a tus hijos a la guardería antes de ir a trabajar, pero eh, «tenemos café gratis y una mesa de pingpong». Si, fantástico, mi idea de una gran familia es invertir mis pausas jugando al pingpong dentro de la empresa para estar aún más disponible. Y «ser una gran familia» es ir a cenar un sábado que quería quedarme en casa olvidando al hijo de puta que despidió a mi compañera por casarse y justificarlo con retrasos inexistentes pero que ahora quiere llevarme de cena con los otros 40 borregos con los que único que me une es el odio a ese personaje siniestro. Pero hay que aparentar quererlo e ir. Porque tener vida y proyectos propios es una falta de respeto. Y algunos decían que de la pantomima no se puede vivir. No vivieron nuestros tiempos.
Post Scriptum: Algo que subyace en todo el texto pero no he plasmado explícitamente es lo siguiente:
1- Vivimos en un enorme baile de máscaras. Y detrás de ninguna de ellas se encuentra el heredero al trono. En el mejor de los casos hay vacío. En el peor, Cuasimodo.
2- Estar permanente viviendo en la hipocresía de tratar con individuos y entes que se presentan como algo de lo que no tienen ni la sombra y tener que desarrollar esa misma fachada hueca para vivir «integrado» en ese maldito salón de locos que se creen Napoleón, es otra de las causas del malestar psicológico generalizado.
Quizás y, sólo quizás, porque tras este escrito puede que no haya más que un resentido contra los bonitos trajes de triunfadores que llevan muchos y no sea un diagnóstico fiable, deberíamos cambiar y construir algo más en nuestro interior.
Y menos darnos autobombo de «pollilargos ecofeministas ultratolerantes con perspectiva de género transversal». Sobretodo cuando luego somos incapaces de ayudar voluntariamente a una madre a cargar el carro del bebé.
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