Si publico las siguientes líneas sobre Elur es porque, al final, ya no está conmigo. De esta forma, si se lee el texto, no tendré que ir informando constantemente de que he perdido a mi mejor amigo durante los últimos 12 años.
Quizás lo publique en caliente o días después, no lo sé. Idealmente, jamás, pero la muerte acontece quiera yo resistirme o no. Y, al final, no depende de mi. Si Elur se rinde, yo no tengo capacidad alguna para conseguir que luche un día más. Y, por desgracia, miro hacia él y me parece que ya ha decidido. Espero equivocarme y que este texto no vea la luz. Pero lo estáis leyendo, así que no he tenido tanta suerte.
Yo mismo me reconozco entre las personas que no disfrutan de hacer publicidad de la muerte de seres queridos. Pero, supongo, que cuando llega el caso, lo que yo haya opinado y lo que tiene que ser, son cosas diametralmente distintas. Y aunque a la gente pueda darle igual la vida de los demás, especialmente cuando hablamos de un perro, quiero dejar constancia del carácter y cualidades del que, como ya he dicho, ha sido mi mejor amigo durante más de 12 años. De hecho, el 9 de Agosto de 2025, le dediqué unas líneas por hacer 12 años que nos encontramos en el centro de adopción. Y parece que el reloj no tiene más cuerda. Quizás, cruel, pero tampoco injusto.
Trece años son muchos años para un perro como Elur. Y durante los dos últimos, ha tenido muchas oportunidades para dejarme. Y superó todas ellas, dándome dos años más de su compañía. Haberme dado dos años más, aunque egoístamente me parece poco, es mucho tiempo cuando llegamos al extremo de pensar que ya se había acabado el tiempo. Tengo que agradecerle esos dos años que me dió para poder estar con él y hacerme a la idea de que, algún día, nuestro tiempo juntos se quedaría en el ayer.
El día ha llegado y escribir todo esto es deprimente, lo sé. He tenido momentos más divertidos cuando he tratado con la muerte, pero me resulta bastante difícil burlarme y quitarle importancia, aunque sea para poder afrontarlo, en éstos momentos. Tampoco voy a hacer drama ni aspavientos. ¿Duele la muerte de un ser querido? Creo que no es lo que duele. Duele la soledad. Duele sentirse incapaz de retenerlo. Duele no tener la fuerza suficiente para arrancarlo del puñetero sitio dónde está ahora y traerlo de vuelta. Duele haberlo visto decaer y rendirse mientras mis únicas opciones eran asumir con una calma ficticia la pérdida a cámara lenta o la ansiedad y la furia de que ni toda mi voluntad fuera suficiente para retenerlo. Duele la culpa. Debo decir que la naturaleza nos da unas cartas de mierda.
Aunque no quiero dejar mal cuerpo a nadie. Si, la situación es un roto impresionante, por lo menos para mi. Supongo que muchos no entenderán el dolor de perder a un perro. Porque para muchos un perro, es eso, un perro. Otros si que entenderán lo que sucede. Elur no era un perro. Elur es Elur. Elur es mi perro. El perro de mi familia. Un miembro más de nosotros. Quizás, el miembro más noble y agradecido. Y si, no era una persona. Y entre muchos hay una tendencia a la falacia de «no se puede equiparar un perro/animal a un ser humano». Y tienen razón. Jamás metería en el mismo saco a Elur y a un fulano cualquiera. Entre el perro enfermo que ante el desmayo de mi padre, corrió al patio a ladrar al aire para avisar a quien fuera de una emergencia y el yonqui maltratador, no hay color. Elur, sin un código moral y, en teoría, sin libre albedrío, tomó el camino del héroe. Muchas personas, con infinitas posibilidades de elegir, escogen el camino abyecto y de degradación. Yo valoro las acciones, no tonterías de un falso humanitarismo y antropocentrismo que es capaz de poner en el centro de la brújula a un despojo al que se debe tener consideración por su posición bípeda.
Es Elur, el perro que amaba a mi abuela. El que, ante cansancio de mi propia abuela, se dejaba llevar con la correa por ella ajustando el paso y sin hacer fuerza. Conmigo sabía que podía tirar y hacer el animal. Con mi abuela era como un cachorro gigante. De hecho, lo que era. Elur siempre fue un enorme cachorro deseoso de ser mimado y atendido.
Le daban igual los juegos. Jamás se le vería buscando una pelota. Pero no renunciaría jamás a una mano más para que lo acariciasen y mimasen. Era el perro que únicamente quería hacer amigos. El que perseguía a los conejos con curiosidad, pero que si los atrapase, no sabría qué hacer. Los dejaría y volvería a correr tras ellos al día siguiente. El perro que hizo migas con un gato psicópata, Bayún. Un gato que, quizás, devoraba a otros gatos, pero seguía a Elur y quería estar con él. Una pareja curiosa de ver.
Elur, ese perro al que si estando estirado, le acariciaba la mejilla, levantaba la pata para retirarme la mano. Al comienzo pensaba que era porque le molestaba. Luego entendí que me cogía la mano con su pata y esperaba que yo se la cogiera. Así estuvimos años. Yo sabía que las cosas iban bien mientras él quería que le cogiera la pata. Era nuestra forma de darnos la mano, supongo. Y solamente cuando estaba muy enfermo, no tenía el ánimo ni la fuerza suficientes para ofrecerme su patita. A veces podía ser un día. Pero se recuperaba y volvía a hacerlo. Y yo sabía que volvía a su ser. Pero son demasiados días sin hacerlo. Y, por lo visto, no volveré a sentir su pata sobre mi mano. Así puedo entender que ya nada está bien.
Se acabaron las noches en que, junto a mi cama, Elur se dejaba acariciar y nos íbamos quedando arrullados. Ambos, como niños. Él por las caricias y yo, por su respiración cada vez más relajada y sosegada y por poder tocar su pelo. Y por saber que estaba junto a mi.
No es que me sienta muy bien, lo reconozco. Puede que saber que Elur ha dejado de sufrir me ofrezca un mínimo consuelo, pero no compensa la carga que es la pérdida. Ni me protegerá de mi cargo de conciencia. Algunos dicen que habiendo hecho todo lo que podíamos, podemos estar en paz con nosotros mismos. No es mi caso. No sé si he hecho todo lo posible. No sé si Elur aún tenía una oportunidad y dependía de que yo tomase la decisión correcta. Todas mis decisiones parecían darse contra un muro cada vez más alto y más duro. Y me gustaría poder pensar que si el muro no se podía saltar, se podía derrumbar a embestidas. Pero no. Tenía que haber una solución y, parece, que no he sido capaz de tomar el camino correcto. Únicamente me he dado golpes contra una pared mientras Elur se alejaba. No tengo nada claro que yo hiciera todo lo posible. Siempre se puede hacer algo más. Pero me faltó acierto. Como siempre.
Si sirve de algo, aunque sea póstumamente, pido perdón a Elur por haber sido incapaz de haber encontrado la vía. Lo siento. Siento no haber sido lo suficientemente fuerte, ni hábil ni rápido. Siento no haberle podido sostener cuando él me necesitó. Quizás, él ya se había rendido y había llegado su momento, no lo sé. Pero no tengo claro que yo haya hecho todo lo posible. Ni lo suficiente. Ni lo correcto. Porque habiendo hecho lo que tenía que hacer, no estaría escribiendo esto. Estaría con Elur y no entre cuatro paredes deprimentes recordando a mi mejor amigo como un mero episodio de mi vida.
He visto a Elur perdiendo su luz. He tenido que ver a Elur siendo agarrado por una sombra. Cada vez más encima de él, cada vez más fuerte. Y me he visto a mi sin la fuerza suficiente para alejarla, sin herramientas para poder liberar a Elur de esa brea. Sin poder agarrarlo y llevármelo de vuelta conmigo. Aunque con dos opciones. Poder estar con él mientras una sombra lo devora. O apartar la mirada un momento y cargar con eso para siempre. La agonía del directo o la culpa para siempre. ¿Cuál es la elección menos mala? ¿La impotencia o el egoísmo?
Me sigo preguntando qué era mejor. ¿Dejar que Elur decaiga en casa y se vaya con su familia junto a él o entubarlo y forzarlo a estar abandonado en una clínica desconocida y sin garantías? ¿Rendirse y morir acompañado o ensañarse por una posibilidad menos que remota? Cualquier decisión era mala. Cualquier decisión era culpable. Y es mía. Y eso me perseguirá. Por ello tengo que pedir perdón a Elur. Espero que llegue el día en que me perdone.
Pero voy a intentar zanjar el texto con dos ideas que ya he utilizado alguna vez y son corrientes en éstos casos.
Primero, no hay amor que no nos haga valientes. El amor, en su sentido amplio, cierto es que nos hace salir de nosotros mismos y nos da el coraje y la fuerza suficientes para superar los obstáculos entre nosotros y el ser amado. Y por eso he intentado luchar junto a él hasta el final y más. Aunque, la contraparte, es que cuando perdemos al ser amado, no somos más que un agregado de miembros fútiles pegados a un tronco sin esperanza ni fuerza. Un organismo rendido al primer soplo de viento. Carne derrotada.
Y ahí la segunda idea. Cuando amamos a alguien, hay un intercambio. Una parte de nosotros va al ser querido. Y el ser querido nos entrega una parte de él. Y es cuando lo perdemos, que sentimos realmente una pérdida de nosotros mismos. Y pensando que lo único que hemos perdido es al ser querido, olvidamos que perdemos una parte de nosotros. Quizás por eso, duela tanto.
Pero queda algo más. La parte de la redención. La parte de los seres a los que amamos, se queda y permanece en nosotros. Y esa parte de Elur es la que debe seguir viviendo. Como la de mis abuelos. El espíritu jamás desparece del todo mientras haya otro que lo lleve. Porque es lo único que puedo seguir haciendo, conseguir que ellos sigan aquí mientras yo también continúe en pie.
Cuando todo se caía, él seguía ahí. Jamás se apartó. Da igual lo difícil y dura que fuese la situación, jamás se retiró de mi lado. Su sonrisa, feliz y bondadosa, llenaba cualquier vacío. No había maldad en él. Todo absoluta bondad y lealtad. Y una fuerza desconocida para cualquier ser vivo. Porque de un perro tan noble y bueno, nadie espera tal resistencia ante la enfermedad y el sufrimiento. Me dió mucho más tiempo con él del que cualquiera podría pensar. Me ofreció la oportunidad de estar con él muchos días más. Se resistió a abandonar su casa y su familia. Y la muerte únicamente pudo alcanzarle cuando él ya no tenía más fuerzas.
Hay distintos tipos de héroes. Casi ninguno va con capa. Pero yo he conocido a muchos con pelo y cuatro patas. De uno de ellos ya conocéis el nombre.
Elur, mi pequeño perro pocho.
Espero el día en que nos volvamos a encontrar.

Elur
14/05/2012
23/08/2025
Ho sento moltíssim Aitor, quina tristesa…una abraçada 😢❤️