Orgullo arraiano

Jamás he sido muy consciente de mis raíces y de la composición de las pequeñas partes de mi identidad. Es algo que contrasta bastante con los catalanes hijos de andaluces. Ellos son bastante conscientes de sus raíces, quizás de una forma folklórica, pero son capaces de llamar a Cataluña como «la novena provincia» para conectar su ser catalán con sus raíces andaluzas. También es cierto que demográficamente una enorme parte de los catalanes son descendientes de andaluces en algún grado. De ahí que de pequeño me encontrase tantas extraescolares de sevillanas. Me parecía raro, pero como no era algo mío ni para mi, pasaba del tema.

Cuando digo que no era muy consciente de mis raíces y de los aspectos más íntimos de mi identidad, aunque es cierto, no significa que no no fuese consciente en cierto grado. Sabía desde pequeño que en mi casa habláblamos en castellano mientras en la escuela me tocaba hablar en catalán. Pero no hablaba el castellano como los compañeros. Hablaba y hablo un español que incluía giros dialectales del gallego, bable o asturiano y un castellano indeterminado septentrional. Ahora algo reforzado por mi estancia en Navarra. Pero más allá de eso, por lado paterno habían elementos sueltos de una identidad que traté de gallega pero que jamás me afloró explícitamente. Y mi amor por Asturias siempre fue bastante fuerte y evidente. Además de al País Vasco y a Navarra después. Galicia quedaba como una parte subterránea de mi identidad porque tampoco me veía muy unido a gentes de Coruña o Vigo. Al final no era de ningún sitio, tenía un identidad difusa y poco comprensible. Poco de aquí, algo de allá, una pizca de aquello. Poco catalán, no nací en el País Vasco ni en Asturias, tampoco en Galicia, pero el carácter de mis raíces se hacía patente como destellos puntuales. Algo que me impedía ser de un sitio, pero no me hacía de otro.

Mi relación con Galicia se basaba en visitas de niño a Bellvitge para estar con familiares lejanos de la aldea. Recuerdo especialmente una abuela que tenía cierta fijación con darme de comer de una forma insistente. Señora a la que tras cierto tiempo comencé a entender, porque castellano no hablaba. E incluso hoy en día me sigue pareciendo que el gallego estándar de medios es un castellano con deje, lo que hablaba esa señora y otros, era un gallego bastante cerrado al que terminé por acostumbrarme a entender. Aunque es cierto que jamás me dediqué a hablarlo. Supongo que es un espejo del tema de mi identidad, aunque tengo el conocimiento o la comprensión, no lo utilizo, por lo tanto no se hace patente.

El apellido Vaz, que es cierto que llevo con orgullo, me queda claro hoy en día que me marca como lo que siempre fueron mis raíces paternas y las de esa abuela y otros muchos a los que dejé de ver durante años porque no fui muy dado a visitarles. Pero tras tantos años y volver a ver a algunos con mi padre, se me apareció como un destello lo que siempre fue esa parte de mi identidad que tenía sumergida detrás de mi tendencia a preferir llamarme «del norte». Y de hecho, lo soy, mis raíces son del norte de España. En su plenitud, mi identidad se debe y forja sobre las distintas partes del norte de España.

Arraiano. O rayano. Sinceramente, lo mismo es. Aquella pequeña parte de mi que me unía con Galicia pero de una forma vaga, en realidad me unía a la Raya. Y es cierto. Mis lazos con ciudades como Santiago son menos que precarios. Pero cuando me acerco a Ourense, ya hay más conciencia.

Y es cuando tras una enorme llanada comienzo a ver montes extrañamente altos que separaran Galicia de Portugal, veo el hogar. Quizás no allí donde nací ni me crié. Pero veo a mi gente. La misma gente que me alimentaba en Bellvitge de crío, pero en su lugar. La misma gente que siempre tenía algo para que le llevase a casa de la matanza, nueces o pan. Porque los nuestros no perecen de hambre mientras estemos cerca.

orgullo arraiano

Es esa parte de mi identidad que pareció aflorar en mi estancia en Portugal. La que me hizo sentirme como en casa en el norte de Portugal. La misma parte que me hizo estar dispuesto a hablar en portugués o en un portugués basado en giros del gallego que recordaba y que era fácil de entender para los portugueses. Los mismos portugueses que la primera pregunta que me hicieron al hablar ese idioma de mi invención fue «¿eres de Galicia?».

La misma parte que no me hacía añorar España y me hacía sentir pueblos y aldeas de Portugal como mi casa. Ver las casas de dura piedra de cantera, las abuelas vestidas de negro vendiendo enormes hogazas de pan y esa fascinación por el vinho verde me resultaban más naturales y cómodas que los 15 kebabs de lo que se supone mi pueblo.

Y así comencé a entender que esa identidad tomada de mi padre no me une tanto Galicia, como a una enorme realidad transfronteriza que me hacía ver mi casa en Montalegre o Chaves aunque nací en la otra punta de la península. Al final se hacía comprensible una extraña maldición. O el motivo de orgullo. La identidad arraiana sería difícil de definir, pero al final he encontrado una extraña contradicción que la hace comprensible. Y creo que nos persigue a todos quienes tenemos lazos de sangre. Arraiano es una identidad difusa, una neblina abstracta que parece impedir poder ser completamente de un lugar, pero que te ofrece la ventaja de poder ser un poco de todo. Una identidad vaga, pero un carácter concreto. Es la abuela de Bellvitge que ha hecho su vida en Barcelona pero no olvida la aldea ni su lengua. Son sus hijos y nietos que, catalanes ya, siguen yendo al pueblo y se permiten cruzar a Portugal a tomar algo o a comprar. Es ser un poco menos de un lugar, para poder ser lo mismo que otros muchos.

Esa pequeña entidad metafísica que me hace natural la niebla, la lluvia y los montes de pedregal. Esa puñetera fascinación por la roca y el salir corriendo por los montes como un saltimbanqui rústico. Una especie de cantero estrafalario buscando material para nuevas piezas recorriendo el monte. Ese amor por el más simple y absoluto lujo del queso, de la hogaza, empanada y café de puchero que trasciende la frontera y que es tan natural en un lado como en el otro. Es tener muchas pequeñeces que amamos y que defenderemos con denuedo, pero con la incapacidad de ser completamente de donde dormimos. Y al final, aunque no seamos del todo de un lugar, siempre podemos volver a casa de nuestros padres y encontrar a muchos otros como nosotros.

orgullo arraiano

Al final entiendo que esa pequeña parte de mi identidad es lo que me define. Y es aquello que he venido a llamar orgullo arraiano.


Últimas entradas

Deja un comentario