Repaso del año 2025. Parte I.

Ha sido un año muy desagradable. Un año en que todo se iba torciendo aunque, a veces, parecía que todo mejoraba. Me equivocaba. Es cierto que durante meses conseguí frenar la enfermedad de Elur. Sus brotes estaban bajo mínimos. Recuperó peso, recuperó hambre, sus indicadores mejoraban y conseguí tener todo un sistema para enfrentar su enfermedad. Otros aspectos de la vida no eran tan positivos. Esos no mejoraron ni tenían solución. Y mi prioridad era Elur. Conseguimos llegar a Asturias y allí comenzó el final. Una lenta, tensa e imparable caída que no fui capaz de parar. En los últimos momentos, sin querer Elur comer ni beber, incapaz de moverse y sabiendo que era morir solo y entubado o con los suyos, tomé el camino de verlo desaparecer. No sé si me arrepiento, porque sigo sin saber qué era lo correcto. Supongo que eso es lo que me frustra, no saber ni ahora qué clase de opción podría haber sido mejor.

Recuerdo que siempre me molestó no poder estar junto mis abuelos cuando fallecieron. Parecía que mis seres queridos se marchaban cuando yo no estaba. Puedo agradecer que Elur no hizo lo mismo. Tuvo oportunidades de morir cuando yo no estaba allí. Pero jamás lo hizo, resistió, me esperó y me dió dos años para prepararme. Y pude estar con él cuando todo terminó. No fue agradable, es cierto. Nada ni nadie te prepara para ver cómo un ser querido exhala tras unos espasmos y dejas de ver a tu perro para ver un cuerpo vacío que ya no late ni respira. He sentido rabia muchas veces, pero la rabia y la impotencia de sostener la pata de Elur y quedarme solo de todas formas no se me olvida ni un solo día. Y a pesar de ello, prefiero eso a no haber estado.

Sigo sin olvidar esos días y ese momento final. Recuerdo intentar que bebiese y comiese sin tener energías ninguno de los dos. La sensación de estar intentando parar un tren que salió hace muchos días. Al final, cuando todo terminó, tuve que marchar para poner orden en mi cabeza. Algo absurdo porque cambiar de lugar no cambia la mala conciencia, ni la distancia calma el dolor. Eso es un mero espejismo, una salida rápida para poner un parche a un pozo. Pero no se me ocurrió nada mejor.

Y, ahora, meses después y ya en casa, aunque sigo recordando, es algo más soportable. Llegarán las fiestas y ya veremos, no todo será tan fácil. Pero tras algunos meses supongo que, aunque me sigue molestando la ausencia física de Elur, he conseguido que me acompañe su idea y que de esta forma esté conmigo de una forma más etérea pero permanente. Supongo que desde aquella noche en que sentí que Elur me dejaba y solo quedaba un cuerpo vacío, he podido recuperarlo y sentirlo dentro de mi conciencia. Al final, lo que queda de él, es lo que queda en mi. Como nos pasa con cualquier ser querido. Únicamente podemos soportar el dolor de la pérdida cuando el duelo nos lleva a integrar lo perdido en lo que permanece. Únicamente cuando podemos hacernos dueños de la memoria de los que hemos perdido para que nos sigan acompañando, se vence a la muerte. Hasta que venga a por nosotros. Pero esa, irónicamente, no será mi batalla.

Al final, somos depositarios de la memoria de otros. Somos lo que queda de los nuestros. Cuando recuerdo la voz de mi abuela, su voz sigue sonando. Cuando escribiendo en tono solemne, mi instinto me pide una broma inoportuna, los López siguen hablando a través de mi mano. Cuando estoy sentado en el mismo muro de siempre mirando al suelo y un perro desconocido se acerca para buscar cariño, Elur vuelve por unos segundos. Si mi abuela, mi abuelo y Elur permanecen, es porque nosotros permanecemos. No los perdemos, se unen a nosotros. Y es eso lo que tardamos en comprender.

Elur y Aitor

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