Hace bastantes años escribí algo -corto y en Facebook, si mal no recuerdo- sobre un palabro que me aplicaron de forma muy «generosa». El de «alma vieja», que es evidente que viene de la misma chorrada anglo «old soul».
Me lo aplicó alguien al que yo, sin refinamiento alguno, habría tratado simplemente de piojoso jipioso. Me llamó alma vieja el que se compra la ropa en Humana y los findes va al chalet de los padres para llorar porque las hamburguesas veganas no son las que le gustan. Con poco más de veinte años, el concepto sonaba ofensivo. Especialmente porque de ese tipo de personas tan «alternativas» que únicamente esperas que haya lavado los bombachos y no haya lamido el sapo equivocado, suelen salir cosas que suenan profundas pero son pétalos de plástico del chino. Es lo que tenía el rollo New Age hippie en los 70 que en España se mezcló con lo ye-yé universitario y que acabó siendo el típico tío cumbayá que en las cenas familiares es una mezcla de «a ver si hay un rincón para el canuto» y anécdotas estrambóticas sobre Ibiza.
Pero ese perfil se ha reproducido de alguna forma asexual. Porque sin haber tenido hijos, hay jóvenes y no tan jóvenes que han desarrollado rasgos similares. Obsesivos de la astrología, de los tés, de la Pachamama. Una indigestión de orientalismo mal hilado y peor cosido. Y fans del calzado abierto vegano, de las raves descamisadas y de toda clase de sustancias sintetizadas que los acerquen a la madre Tierra. Algo muy posible si la pastilla va demasiado cargada o muy adulterada, pues la visita al hoyo será a plazo fijo.

El caso es que me han vuelto a aplicar el dichoso palabro de las pelotas. Ahora ya con 35 años y, teóricamente, como término positivo. Pero es que con 35 años no se me puede definir como alma vieja como si fuera algún tipo de análisis profundo. Es mera observación de mis ojeras y la cara de asco que les pongo a los pelopolla del patinete. Aquí nadie «ha leído mi aura» y ha dicho: «Si, es un alma vieja, su aura huele a Varón Dandy, a caramelo de eucalipto y a puro Farias». Aunque es cuestión de tiempo, ya os lo digo. Estoy a una mala tarde de ponerme la txapela, la gabardina y sacar la cachaba de paseo por algunas cabezas. Yo lo aviso ya.
Pero por puro interés, he intentado utilizar esa cosa llamada IA para que me defina ese concepto para poder machacsrlo mejor. Cosas de la modernidad, no me gusta el té matcha pero utilizo la IA para criticar esta mierda de tiempos que nos están dejando a todos ansiosos, depresivos y, lo que es peor, a un hilo de baba de ser subnormales profundos.
Pero volviendo al concepto y a la IA, me ha dado los siguientes rasgos que caracterizan a lo que tratan de «alma vieja»:
- Alguien que lleva muchas reencarnaciones en la Tierra.
Ya se me está haciendo larga esta vida, como para haberla repetido tantas veces como parecen insinuar.
- Por lo tanto, ha acumulado mucha experiencia.
Tiene su gracia porque me recuerda a comentarios de profesores en el instituto que dijeron que actuaba y escribía como si fuera mucho mayor. Yo creo que lo de «alma vieja» deriva del clásico «hablas y actúas como si fueras mucho más viejo». Y se entiende, por algún motivo, que saber por dónde vienen los gilipollas y los problemas es alguna suerte de experiencia y clarividencia. Y no, es mera observación. ¿Ves ese BMW que va asomando detrás de varios coches? Va a adelantar a malas y no pondrá intermitente. ¿Ese tipo sospechoso con chándal roñoso gris y bolso cruzado que merodea con patinete eléctrico? Menudeo de drogas y va a robarle a alguien de un tirón. Las mujeres extranjeras exageradamente agradables que buscan información y te rodean, no son guiris, mira tu cartera y móvil, lelo. Todos tenemos ojos, inhibir el sentido común no es bondad, es suicidio.
- También ha acumulado mucha experiencia emocional.
Que alguien piense que he acumulado alguna forma de experiencia emocional que trasciende mi edad, es de ingenuo. Si hubiera tenido varias reencarnaciones y fuese tan viejo como para tener tal experiencia emocional, no sería tan visceral y a la vez parco dependiendo del gilipollas que me cruce. Mi única experiencia emocional es que los gilipollas, cuanto más lejos, mejor. O, mejor aún, un garrotazo. Hablamos de mi, del tipo que ante la muerte de su perro, un amigo le preguntó «¿Cómo lo llevas?» y le contesté «Pues en una caja». No tengo experiencia emocional, tengo mala uva, ya lo decía mi abuela. Tengo una explosiones de cinismo y humor negro, no experiencia emocional.
- Ha desarrollado un cansancio por el mundo.
Con reencarnación o sin, yo no he desarrollado ningún tipo de cansancio por el mundo. Yo ya nací cansado. Nos ha jodido, nací un lunes a las 8 de la mañana. Lo raro no es estar cansado del mundo, es no haber pedido un café muy cargado antes del cachete del médico y que la teta de mi madre viniese con dos magdalenas.
Y todo va ligado a más factores que me sobrepasan. No se trata de mi o de mis supuestas reencarnaciones. Es, como ya he dicho, mera observación. Realmente, si queremos, vamos a hombros de gigantes. Si quieres aprender, tienes a mucha gente en el mundo para tomar alguna lección. Del cincuentón divorciado que volvió de Cuba con una mulata, se casó y la mujer le engañó y le pidió el divorcio tras obtener la nacionalidad, puedes aprender a no ser conquistado por la bragueta y a no ser manipulado por lo más viejo del mundo. A no ser idiota. Del tirado de casa buena que ha arruinado a su familia y su presente y futuro por las drogas, que el camino más «agradable» suele ser el más destructivo, sobretodo si va a jeringazos. Y así con todo. Siempre podrás ver que la ingenuidad, aunque bonita, se paga cara. Porque siempre hay predadores, siempre. Es más, hay una gran parte de los predadores que cualquier pedagogía y educación les da igual. Hay una parte importante de la población que únicamente responde al miedo más absoluto. Hay gente que solo respeta el orden y la paz si la amenaza y el control son tan grandes que no le sale rentable. Hay muchos que jamás entenderán voluntariamente el respeto a los demás, a sus espacios, propiedad y dignidad. Y una sanción administrativa sin validez y un masaje de pies no los hará entender ni respetar. ¿Pero sabéis qué? La expectativa de que les saquen los ojos y les corten las manos, les hace estar muy tranquilos y respetuosos. Eso se ve en el propio jardín de infancia, hay muchos niños solidarios y bondadosos que respetan las reglas y a los demás. Pero hay otros que da igual que vengan de casa fina o de una chabola, son de correa corta y látigo largo.
- Sensación de no pertenecer «a este mundo».
No confundamos, no es de alma vieja, es ser rarito de cojones. Y si, soy raro y muchas veces me siento desubicado. Luego me tomo un café y se me pasa.
¿Cómo no vamos a sentirnos prácticamente ajenos y extraños al mundo cuando nos hemos vuelto todos imbéciles y egoístas? Es difícil sentirse parte de algo que se han dedicado a convertir en un agregado de sujetos atomizados, a cada cual más enajenado y rarito, que solamente piensan en consumir y exhibir. Es algo genrelizado. A menos que tengas menos profundidad que un lomo de anchoa, que también suele ocurrir. Los básicos no se plantean mucho sobre si mismos ni sobre el mundo. Los tontos suelen estar contentos. Y los rústicos se toman el café en el primer garito sin problemas, sin azúcar de caña ni leche de arroz eco. Reserva espiritual.
- Tiene preferencia por personas «profundas».
No, eso es mentira. Lo que sucede es que las personas superficiales son un no parar, no callan. Son la extroversión al extremo. Una persona que hace introspección, suele estar calladita y da gusto estar con ella. Lo que piensen o su profundidad me da igual, es cuestión de volumen. A menos decibelios, el día se queda mejor.
- Empatía extrema o «sentir dolor por el mundo».
Si alguien cree que tengo empatía extrema, es para darle de comer aparte. Y no es lo mismo que «sentir dolor por el mundo». Son cosas que no tienen que ver. Mi empatía, como la de cualquiera en sus cabales, va en gradiente. Y en mi caso de forma extrema. El grado de implicación emocional y empatía que puedo mostrar entre un ser querido o un desconocido, no tienen nada que ver. Hay gente que se involucra mucho con desconocidos y causas abstractas. No es mi caso, a mi me la pela el mundo que no son los míos. Por mis seres queridos, si, todo. Pero porque son parte de mi. No son algo ajeno a mi, son una extensión de mi propia conciencia e identidad, negar esa conexión emocional con ellos es negármela a mi mismo. Y no soy tan bobo. Si, puedo sentir empatía por los débiles cuando sufren abusos. Pero no del modo que se espera actualmente. Cuando el supuesto débil se pone a señalar al supuesto abusador y a exigir empatía y ayuda de todos con el apoyo del poder y de los medios, no siento empatía, siento sospecha y recelo.
Sobre lo de «sentir dolor por el mundo», jamás lo definiría así. Yo no siento dolor por el mundo. Siento dolor por mi y por los míos. Lo más parecido es que «me duele el mundo». Es un lugar inhóspito y cada vez más desagradable, lleno de hijos de puta que pretenden que les ayude a ponerme la soga al cuello para tener el certificado de buen samaritano. Por eso me rebelo y muestro indignación y furia, no por una empatía universalista. Mi obligación es defender lo que amo del caos del mundo, no acoger pacíficamente ambas realidades para que la segunda se coma a la primera.
- Cansancio por la vida moderna, el consumismo, etc.
A ver, no soy viejo por eso, soy pobre. No me gusta ir deprisa y estresado todo el día para obtener una limosna y poderla gastar en abalorios brillantes. Es conciencia de lo que soy hoy, no de lo que me haya enseñado ninguna reencarnación. Ojalá haber sido marqués en el pasado, pero hoy soy un desclasado con retranca y mala uva.
En conclusión, es todo una enorme chorrada. Si alguien quiere verlo así, asunto suyo. Pero no soy un alma vieja ni un tocador vintage. Soy un terco clásico.
Me parece muy bien-en realidad, no- que haya gente tan pseudo-orientalista y alternativa que aplique términos raritos. Pero yo no soy como ellos ni de ellos. Mi carta astral me la trae al pairo. No voy a lamer sapos ni fumar porros. No soy de la Pachamama, me motiva más el pacharán. No soy un jipioso ricachón y yogui que habla de chakras, tiene un jardín zen, dibuja mandalas y juega con un cuenco tibetano. Soy un macarra tatuado y con pendientes que habla como un octogenario cabreado, se sienta en una escalera frente a un árbol mientras pienso en donde tengo el mortero para el ajo.

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