Como otros muchos, viendo la situación cerca de Valencia tras las inundaciones, decidí ir como voluntario durante el fin de semana. Y creo, bueno, no creo, es más un deseo que una creencia, mostrar mi experiencia sobre lo que es la zona del desastre. Pero no tanto del sufrimiento humano, cosa de la que todos somos remotamente conscientes, como de la gestión del caos.
Y que no se me confunda, sea cual fuere la opinión que genere mi experiencia, no es una ataque liberal al sector público ni una idealización canutera de la autogestión. Es un intento de trasladar a quien interese, mi experiencia de lo que está siendo la gestión de esa catástrofe. No quiero que se considere un mero ataque a un supuesto estado fallido. Ni mucho menos que quiera que se entienda que el estado tiene fallos. Porque los fallos son accidentales. Y éste artículo bien podría ser «Oda a un estado de mierda». Qué demonios, el título va a ser ese.
Si queremos llegar a la zona del drama, por ejemplo, viniendo de Barcelona, nos encontraremos a bastantes kilómetros de distancia y, luego, más cerca, carriles cortados con controles policiales que bien analizados parecen una mera forma de colapsar el tráfico y mermar el flujo de voluntarios. No hay obras, ni control de alcoholemia, drogas o mercancías. Sólo dos carriles cortados de tres y en sentido de ida. Llamadme desconfiado.
Lógicamente, ya en Valencia, muchos accesos a los municipios afectados están terminantemente cerrados. Y algunos que están abiertos, te permiten acceder únicamente a las afueras. Aunque eso es comprensible, saturar con coches un municipio destrozado, por muy buenas intenciones que tengan sus ocupantes, no es lo mejor. Aunque poner en el mismo saco al Ford Fiesta de dos personas con palas y escobas y un coche que lleva un remolque para sacar runa y basura, ya es más cuestionable. Quizás haya forma. Aunque dudo que la gente que va a ayudar vaya a invertir horas en conseguir un permiso municipal mientras hay cosas que hacer en las calles. Burocracia hasta para el altruismo. Ojalá fuesen tan recelosos con los controles de drogas y alcoholemia en mi pueblo cuando mi vecino va con una furgoneta de mierda fumado hasta arriba y con litronas para llevarlas al fumadero que tiene junto al control policial. Más recelosos o menos corruptos, ambas me valen.
Voy a hablar de un municipio en concreto. Catarroja. Porque no puedo hablar de otros municipios en los que no he estado. Y en los que espero que las cosas estén mejor tomadas por las autoridades públicas. Aunque lo dudo.
Tras más de 10 días se ha debido hacer mucho. Aunque la tarea ha estado en manos de los vecinos y, tras dos días, también pudiendo contar con la fuerza de los voluntarios. No voy a negar que los profesionales con nóminas publicas hayan hecho una parte. Aunque en mi experiencia, hay una sobresaturación de policías para controlar accesos de forma compulsiva. Sobresaturación por un lado que se compensa con la ausencia de municipales o guardias civiles achicando agua o quitando lodo y runa. Y me da igual que sean «policía municipal de trafico». 4 rotondas seguidas a una media de 4-6 agentes por rotonda, dan un mínimo de 16 tíos que podrían estar quitando barro. Porque para una pala y una escoba, damos casi todos. Y en la primera rotonda, se pone a dos militares. Optimización de recursos.
Del mismo modo, callejuelas del centro con personas mayores que tras más de 10 días están llenas de basura, runas y lodo a altura de 2 metros y bloqueados por cada lado por coches, no parece una buena gestión ni atención. Eso es un potencial foco de infección. Y entiendo que hay muchísimo trabajo. Pero no me salen las cuentas de los supuestos medios tan generosos del estado en boca de ministros y otras cargas públicas y la ausencia de ellos por la calles. Porque esos coches que bloqueaban una pequeña callejuela llena de gente mayor, llevaban allí 11 días. Digo yo, que algún agente municipal, guardia civil, militar o edil despistado, sabría de ello. Pero no parece.
Tal coche, afortunadamente un C3, pudo ser apartado. A pulso y empujones por una masa de voluntarios. Precario, pero efectivo. Y toda la runa y basura movida a ejes con más ventilación y anchos para poder ser trasladados por maquinaria(eso espero).
El mismo día de ese hecho, pude ver un Santana Aníbal y un VAMTAC del ejército circulando por una calle ancha limpiada por voluntarios. Y se marchaban. No sé dónde estarían. Pero el VAMTAC no fue visible para quitar ese C3. Bueno, ni otros coches. Espero fuese un mero efecto por haber tanto trabajo, pero es algo odioso.
A través del televisor es difícil imaginar lo que sucede allí. Y mucho menos poder hacerse una idea de los pensamientos de muchos vecinos que han perdido tanto. Porque algo tan «superfluo» y a lo que damos tan poca importancia como tener un sofá para descansar, se convierte en un lujo en muchas casas. Y ver a una cría limpiando resignadamente la calle y su casa, que añora poder sentarse cinco minutos en su sofá y poder olvidar esa situación, es una imagen difícil de digerir. Si, lo importante es estar vivo y tener a tus seres queridos. Pero incluso para quiénes han perdido algo menos(y aún así han perdido demasiado), es difícil poder olvidar y descansar cinco minutos. Quizás hayan medios, voluntarios, ayuda y puestos y gente repartiendo de todo. Pero el problema es que todas esas poblaciones han perdido la normalidad y viven día tras día en un estado de excepción del que no parecen poder salir.
Del mismo modo, no vi ningún tenderete de ayuda del ejército, de Cruz Roja, policía municipal o del organismo que fuera.
Si que vi muchos puestos improvisados por comerciantes y vecinos para suministrar agua, mascarillas, guantes, comida o lo que tuvieran, a vecinos y voluntarios.
Mención especial me merece, quizás porque me recordaba a mi abuela, una señora que se puso en los bajos de un bloque ofreciendo café y magdalenas caseras. Y no hablamos de una señora que viviera en un bajo arrasado. Quizás vivía en un tercero y tenía pocos problemas, pero mostró un interés y voluntad de servicio en ayudarnos a los voluntarios y vecinos que deja claro que donde el estado está de fiesta, hay mucha gente dispuesta a dar lo que tiene para ayudar a otros. Es esa gente la que merece admiración. Gente que ha perdido poco pero está dispuesto a dar lo que tiene para ayudar a otros.
Y hablo de una vecina concreta con café. Pero va por muchos otros. Porque es una labor colectiva que está revelando que nuestra sociedad tiene unos resortes de seguridad que ignorábamos. Muchos podíamos creer que sin estado y sin organizaciones liderando, el caos estaba garantizado. Pero la sociedad civil, la de verdad, no la de asociaciones clientelares, ha demostrado que tiene una capacidad de movilización, de organización y de fuerza, que sobrepasa cualquier imaginación.
Y no hay motivos para sonreír viendo en lo que se han convertido las calles, domicilio y bajos. Y menos aún, viendo el papelón de la administración. Pero siempre queda esperanza en la caja. Y ver tantos voluntarios, especialmente jóvenes, además de muchos profesionales de otras comunidades venidos sin mediación institucional, para ayudar a recuperar la normalidad, contribuye a ver algo de luz.
Dentro de todo lo malo, los vecinos no están solos. Y los voluntarios, tampoco. Porque donde el estado no está, siempre queda la gente.
P.S. Recuerdo un fragmento de Ortega y Gasset en «España Invertebrada». Decía algo así como «En España todo lo hizo el pueblo. Y lo que no hizo el pueblo, se quedó sin hacer». Algo con lo que Ortega se refería a la ausencia de una élite española que pudiera dirigir dignamente los esfuerzos de la nación. Parece más acertado que nunca. Porque, una vez más, es el pueblo español el que debe sacarse las castañas del fuego.
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Aitor, no añadiría ni una coma. Fantástico como has explicado la realidad.