Reserva india

Esta mañana había un sobre blanco en el buzón. Extraño. Correos no pasa los lunes por aquí. Y, efectivamente, no era una carta. Era una esquela. Mi vecino ha fallecido.

Y mientras sostengo la esquela, miro a mi alrededor. Los vecinos del este a lo suyo. Los latinoamericanos han comenzado a mover coches y furgonetas y a soltar a sus 5 o 6 caniches libremente, ahora que ya no está mi vecino. Ahora esos enanos repelentes y cabezones podrán cagar donde quieran. Ya no les condicionará un anciano malhumorado por la constante falta de respeto y abuso de confianza.

En la otra casa, cerrada de forma improvisada por obras ilegales, el porretas dudo que se dé cuenta de que el vecino ha fallecido. Le importa más que nadie le entre y le robe las plantas o le descubra los chanchullos. Aunque la plantación huele a metros.

Me meto en casa, no hay nada que ver. El gobierno lo aprueba. Y en el pasillo, mientras dejo la esquela, espero olvidar que soy el último mohicano de este vecindario. Bueno, no me puedo quejar. Soy el último español, pero no tengo bandas pegando navajazos por la calle. Sólo tengo extranjeros y yonquis chanchulleros con consentimiento municipal. Podría ser peor.

Y lo será, a ver qué pasa con la casa de mi vecino. Quizás me aderezan el barrio con mahometanos, que de eso aún no tenemos.

En resumen, sólo se me plantea una cuestión: ¿En esta reserva india se me permitirá montar un casino o los chanchullos son sólo para los yonquis?

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