Anécdotas de un español en Kaliningrado

Nota: éste escrito será una especie de diario sobre mi estancia en Kaliningrado, partiendo de experiencias reales pero con un tono de humor cruel y visceral que puede ser ofensivo, especialmente para rusos que nada tienen que ver con éstas experiencias negativas. También hay experiencias positivas, pero para comenzar éste primer diario de anécdotas de un español en Kaliningrado he querido aprovechar las notas más viscerales y de humor más cruel que fui escribiendo durante mi estancia. Si algún ruso se siente ofendido, puede emborracharse e ir al aeropuerto más cercano a pegar bofedatas.

Índice

Día 1.

Llego con la intención de romper estereotipos sobre Rusia. Es imposible que los rusos sean tan malos.

A las dos horas de llegar a Rusia y estando sentado, un «simpático» ruso borracho patriótico me ha pegado una bofetada sin venir a cuento. Me ha preguntado algo y le he dicho que me disculpe, que no le entiendo. Y torta. Gente muy hospitalaria. Me ha pegado un tortazo y se ha quedado tan pancho y la gente riendo. Cuando le he pegado un empujón como respuesta y se ha caído como una tortuga panza arriba, entonces si, la gente ha ayudado y me han dicho que me largue. Sin duda, será una visita a Rusia estupenda.

Día 2.

Ya sabemos que el primer día de estar en Rusia, un simpático borracho ruso tardó dos horas en aparecer y pegarme un bofetón por motivos desconocidos. Parece que hay que ir a Rusia con un nivel C1 de ruso alcohólico para que no te agredan.

El caso, es que sentado en una terraza de una cafetería de confianza, porque aquí aún no me han pegado, veo pasar a un grupo de 5 negros que hablaban a gritos entre ellos en algún idioma que no era ruso. Además, con aires simiescos. Y no es racismo, es un hecho. Caminaban como chimpancés. Jorobados, en zig-zag y moviendo los brazos como si les pesasen. Se veía de lejos que eran extranjeros y se exhibían como extranjeros. Yo me llevé un tortazo por estar sentado frente al aeropuerto y no entender lo que decía un borracho. Y pienso «esos se tienen que llevar una hostia con un camión». Pues no. Una mujer se acerca con su marido y les pide sacarse una foto. Hay que joderse. La típica foto que tienen los rusos con negros. Tendré que dejar de estudiar ruso y de no buscar problemas. Me pintaré de negro, dejaré de ducharme y me vestiré como si me hubiera caído de cabeza en el armario de MC Hammer. Quizás así, me traten mejor.

Día 4.

He ido a comprar en verduras cerca del apartamento porque hay un supermercado pequeño. Mejor que ir a una tienda cerca de casa que parece una chabola de gitanos. Estoy en la cola para que me cobren. Una señora no sabe pagar con la tarjeta. Espero cinco minutos. Nos hacen cambiarnos de caja. Voy con los demás a la otra caja. Cobran al que estaba delante de mi. La cajera me mira con odio y me grita algo. Me tengo que ir a la otra caja otra vez. Yo no seré ruso, pero aquí hay mucho gilipollas. Se acabó, me iré al Spar y pagaré en las cajas de autoservicio. Mejor para mí, menos gritos.

Día 6.

Algunos rusos, ante mi anécdota de que tras dos horas en Rusia, ya me había pegado una bofetada un borracho patriota, parecen molestos. Molestos porque es imposible que un ruso, especialmente borracho, agreda a un extranjero sin motivo. Porque los rusos son gente noble y bondadosa por definición. No hay ningún tipo de odio a los extranjeros y constante discurso de que el resto del mundo les tiene manía. Soy yo, que tengo ganas de hablar mal de un país que llevo 4 años esperando a visitar, al que he ido durante una guerra, con la Unión Europa controlando que nadie vaya. Rusia y con rutas absurdas para llegar. No es que haya gente imbécil en Rusia alimentada con discursos tan ridículos que los borrachos agreden y los tontos cuestionan al agredido, soy yo que soy un enemigo. Pero cómo dicen quienes creen que mi anécdota es mentira o que me merecía el tortazo, Rusia es el país más grande. Y es cierto. Lástima que el 95% esté vacío y el 4% habitado esté lleno de gilipollas. Al otro uno por ciento, gracias.

Día 7.

Puede parecer que me cebo con las cosas negativas, y puede ser verdad. También hay que decir, que haber estado 34 años sin apenas agresiones y tardar dos horas en Rusia para que un imbécil tomado por el espíritu de la versión boxeadora de Yeltsin me de un sopapo, es bastante ilustrativo. Y se puede decir que es mala suerte, pero es pura probabilidad. Cuántos más gilipollas hay un en lugar, más fácil encontrarlos. Entonces, si tras dos horas en un país y hablando el idioma a un nivel B1, te pegan una hostia, es que la relación gilipollas/humano bípedo es muy desfavorable para los homo sapiens. Por eso me imagino que alguien que aparezca sin tener ni papa de ruso, acaba desaparecido. Quizás los rusos tienen esa tradición. Abofetean a los extranjeros que pueden chapurrear ruso y lanzan a un barranco a los que no hablan nada de ruso, al estilo espartano. Tendré que estar agradecido. Espero que jamás descubran el garrote vil, porque a lo mejor lo venden como tratamiento contra la migraña.

Día 7.

Voy a escribir algo positivo. Para que no se diga que me cebo en lo negativo. A las 24 horas de estar en Kaliningrado, encontré una cafetería con un café espectacular. Tras probar el café en una casa de comidas que parecía el agua que gotea de la cañería del vecino con síndrome de Diógenes. La misma casa de comidas dónde he descubierto por qué los rusos tienen esa cara de palo. Pasan hambre y no cagan. Sólo hay algo más escaso que las raciones rusas. La fibra que comen. No les hacen falta bombas atómicas, habrá un día en que algún ruso reventará como la patata caliente del Gran Prix y la deflagración producirá un estallido de otros rusos en cadena, generando una mascletá que nos llegará la mierda a Finisterre. Y si, perdón, iba a hablar de lo positivo. El café, muy bueno.

Día 7 y medio.

Vamos a intentar decir algo positivo otra vez, que la última vez me salió mal.

Me ha salido en sugerencias de Youtube un video de «españoles en Kaliningrado». Básicamente un programa hecho por un ruso que coge a cuatro mascachapas, sobretodo del sur de España, para reforzar estereotipos. Entonces les enseña fotos y vídeos de Kaliningrado y les deja que se pongan en ridículo. Perdón, iba a hablar de algo positivo. Y ya he hablado del café… De un sitio en que tienen pasteles de nata, de Portugal. Ojalá estar en Portugal. El único país en que un español puede sentirse en casa sin ser España.

Día 7 (Si, otra vez)

Bueno, puedo decir que los syrniki, una especie de pequeñas tortitas hechas de requesón y a la plancha están buenas. Hay una cosa llamada marzipan en Kaliningrado. Una herencia de los alemanes a los que expulsaron en 1945. Básicamente, mazapán. Almendra y azúcar a cascoporro y lo venden con coberturas de chocolate y guarradas que intentan hacerlo más sabroso. Hasta que llega un español y se da cuenta que es una forma de intentar ocultar que es un mazapán roñoso. Joder, otra vez poniéndolos a parir. Perdón. Debería controlar lo que escribo. Viendo lo que le hicieron a Königsberg, debería callarme, no vaya a ser que me bombardeen, hagan una copia mía de bajo presupuesto, me bañen en chocolate y me manden a Barcelona.

Día 8.

En un supermercado, en la sección de panadería, me ha venido un olor familiar. Y no era olor a pan. La sección de panadería huele cómo en general huele la cocina rusa, a aséptica. No hay forma de encontrar un rastro. En Rusia los perros viven pensando que están resfriados. Pero no, es que aquí no hay olor a comida. Por eso me sorprendió sentir esa fragancia a ajo de un pan de ajo recién horneado. Los científicos deberían descubrir un nuevo sistema de procesamiento de información y estímulos en el cuerpo humano. El sistema corriente pasa del órgano sensitivo al cerebro a través de los nervios y se genera una respuesta consciente. El sistema reflejo pasa del órgano a la médula y se genera el acto reflejo. Pero hay otro. El que va de sentir un olor por la nariz y que el estómago tome el control del cuerpo. Mis piernas se movían al ritmo que marcaba el estómago. Cada rugido del estómago, avanzaban más mis piernas. Hasta encontrar el pan de ajo. Lo abracé como una madre a su hijo después de la guerra. Y todo contento fui al apartamento. Algunos dicen que el pan olía mucho. Bueno, la comida rusa no sabe a nada y yo no digo nada. Cada día comiendo sopa. Borsch, schi, sopas de pollo, sopa, sopa, sopa. Tengo pesadillas en que un cuenco de sopa me persigue por la calle y una señora con cara de no haber cagado en 40 años me pregunta «con smetana?».

Día 9.

Hay cosas llamativas de Kaliningrado. Una muy curiosa es que hay paradas de autobús en cada esquina. Hay casi tantas paradas de autobús como tenderetes de vapeadores. Que esa es otra. Se han debido poner muy de moda los vapeadores en Rusia, porque hay una cantidad de sitios «вейп-шоп» anormal. Si fuese en España, diría que son tapaderas para blanquear dinero, como las tiendas de suvenires de la Ramblas de Barcelona.
Pero volvamos a las paradas de autobús. Es curioso que una ciudad o un país tan concienciado con el transporte público, en que hay paradas hasta en lavabo del vecino, es horrible para ir andando. Y no lo digo por las aceras contrahechas, que también. Es que si te equivocas de lado de la calle, puedes recorrer 2 kilómetros sin encontrar un paso de peatones para cruzar. Hay parejas en Rusia a las que les fue más fácil tramitar el divorcio que volver a estar juntas tras equivocarse de lado de la calle. Dimitri sigue buscando a Nadya tras cruzar por el sitio equivocado. Y sin paso de peatones es mejor no cruzar, porque es más probable visitar a San Pedro del viaje que te pegue un Lada Granta sin parachoques que acabar en la otra acera.

Nota sobre el resto de días.

Escribí éstas notas sin ningún orden y cuando tenía suficiente humor y odio acumulado. Por eso faltan días. Pero si queréis información sobre el resto de días, puedo decir que los primeros días descubrí que el concepto «ración muy grande» en Rusia equivale a una guarnición de segundo plato en Barcelona. O peor, equivale a lo que nos queda entre los dientes a los españoles del norte tras desayunar. Y me diréis «por eso estáis gordos los españoles». Y os responderé «no sé, quizás, es posible, pero los condones rusos también me quedan pequeños y no será de estar gordo, algo bien haremos los españoles». Es broma.

También me di cuenta que entre los jóvenes rusos hay una moda absurda. Y no me refiero a la de vestir de militar. Que eso suele significar dos cosas. Que son jóvenes que sirven en el ejército. Todo mi respeto y honor por ello. O son rusos que visten de comando como moda para sentirse más patriotas aunque luego pasan las noches viendo porno asiático. Como si en España nos vistiésemos de camareros porque nos gusta comer bien.

Pero otra moda entre los jóvenes rusos es la de vestir ropa negra y exageradamente ancha. Y siendo rubios, teñirse de morenos. Pero es que se nota que son rubios y se han teñido con petróleo. Es como si yo me tiño los huevos de pelirrojo, no es realista. Son una especie de góticos que escuchan música rap rusa. Sudaderas de Tupac, zapatillas blancas vintage y cara de depresivo crónico. Y yo pensaba que la juventud era gilipollas. Es broma, también son gilipollas. Pero unos visten de negro y los otros tienen un vecino negro. Y todos van en patinete con ganas de suicidarse.

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