Internet y las redes sociales han sido y son una enorme y útil manera de romper la hegemonía de los tradicionales y serviles medios de comunicación de masas que todos conocemos. De ahí el odio que muestran los petimetres de la pequeña pantalla y redactores de medios bananeros con apoyo institucional.
No me extraña, si yo estuviera años viviendo de la sopa boba con un control absoluto de un mercado, le tendría una inquina increíble a una repentina competencia más preparada y que ofrece mucho más por apenas nada. Ya me reventaría ser el dueño de un medio servil que se ve obligado a apretarse el cinturón y dejar de ir tanto a salones de masajes porque una pandilla de medios alternativos informan más, mejor y más rápido que mi ejército de becarios. Así que hay que sacar la artillería pesada y que personajillos a sueldo malmetan contra los nuevos referentes de información. Si hay que sacar de contexto una afirmación de un youtuber, se saca. Si hay que cortar y editar un vídeo para encajarlo en un relato forzado, se corta. Si hay que darle patadas a un compañero de profesión como Iker Jiménez, uno se compra botas nuevas. Todo sea por el business. Perdón, por la información.
Pero, a pesar de lo interesante de este tema, me quería centrar en la parte negativa de la comunicación digital. Y no, no me preocupan los youtubers. No soy un Jokin promedio. Por desgracia, soy bastante más humilde y me preocupan más las puñaladas en las calles que lo que mi expareja haga con un youtuber.
Quería tratar de poner el foco en la despersonalización y frialdad de la comunicación en las redes sociales. Y no es que las odie. Como ya he dicho, son una fantástica herramienta. Pero toda herramienta depende del uso que se le dé. Un cuchillo es sublime para cortar un filete en una comida familiar. Cuando se hace uso del cuchillo a «modo amego», ya es otra historia. Y las redes sociales son lo mismo.
Y permitidme decir que en la mayoría de los casos, las redes sociales y la comunicación digital son una enorme red de soledades interconectadas. Náufragos lanzando botellas a un enorme mar lleno de islas con otros náufragos. No siempre es así, pero generalmente lo es. Es un lanzamiento de palabras al aire y esperamos una respuesta. Casi siempre escueta, fría e impersonal. Pero ante la soledad, eso es mucho. Ahí el éxito anormal de ese amor a los «likes». «Likes» impersonales que siempre son caras grises que apenas reconocemos, pero que nos generan cierta satisfacción por bulto. No por calidad. Y no es que tenga nada en contra de esa forma de comunicación. Siempre es complementaria. Pero jamás sustituta de la interacción real.
Compañeros, si tenéis familiares y/o amigos realmente queridos, daos un gusto de verdad. Estas Navidades, aunque me adelanto, mandadles una postal. Os aseguro que la sensación de abrir el buzón y ver una carta de un familiar o amigo que ha invertido tiempo en felicitarnos, es algo infinitamente más profundo que la puñetero imagen de turno de WhatsApp que se manda a bulto. Pensadlo. ¿Nos os gustaría más recibir una carta de un amigo que una factura?
Correos también os lo agradece, que están caninos. No es que quiera contribuir a los negocios de una empresa pública gestionada con desidia, pero quizás también vaya mejor darles dinero por un servicio que regar de dinero de nuestros impuestos sin recibir nada a cambio.
En resumen, la comunicación digital jamás puede sustituir a las formas tradicionales. Da igual una postal, un café con amigos o lanzarle una gamba al cuñado en Nochebuena. Son formas impagables e insustituibles de socialización. Jamás miles de likes podrían sustituir el apretón de manos sincero con un buen amigo. El mundo digital es un buen complemento, pero jamás un sustituto. Bueno, si, de Jokin si que es un buen sustituto, pero hay quien adora las relaciones tóxicas.
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