Me hago eco de lo que parece algún tipo de publicación del gobierno británico que afirma que leer «El Señor de los Anillos» y «1984» puede conducir a ser de extrema derecha.
Iré directo a por George Orwell y esa teoría sobre el libro «1984», porque tiene miga. Sobre «El Señor de los Anillos», aunque podrían caber interpretaciones sobre la admiración de grupúsculos radicales por éste autor, en una audiencia tan amplia podría caber un hasta un marciano con suéter. Pero basta con buscar la opinión de Tolkien sobre el nazismo. Con eso se acabaría el debate.
Pero me fascina sobremanera lo de «1984» porque por poco que se lea, es un libro sobre una distopía totalitaria y una mordaz advertencia y crítica sobre ello. Interesante que se considere a ese libro como potencial material para convertir a lectores en «peligrosos sujetos de extrema derecha». Ya no digamos cuando se puede reconocer fácilmente en la biografía de George Orwell que, pudiendo ser muchas cosas, jamás entraría en el terreno del fascismo o la «extrema derecha». Hablamos de un señor que estuvo en las Brigadas Internacionales, en el Partido Laborista Independiente y que era abiertamente marxista. Alguna tuerca está floja en alguna cabecita para poder tomar a dicho autor y una de sus obras contra el totalitarismo como potenciales agentes «fascisteadores». Si, me invento el palabro. Pero si alguien puede sacarse esa ocurrencia a cargo de los contribuyentes británicos sin despeinarse, yo me saco de la minga lo de «agente fascisteador».
Recomiendo leer «1984». Se tenga la ideología que se tenga. Y tras leerlo, intentar buscar cualquier nexo que pueda llevar de ese libro al fascismo. Y os lo adelanto, no hay forma. Bueno, si, ese panfleto inglés ha hecho unos malabares preciosos. Pero ningún proceso lógico normal que no sea cortocircuitado por un exceso de porros financiados por el estado, es capaz de conducir a esa conclusión. Si se vive en un fumadero, si, es remotamente posible. Y aún así hay que estar seriamente dañado y tener la misma compresión lectora que un centollo a la sidra.
Hay que decirlo, si George Orwell conduce al fascismo, apaga y vámonos. Hay que destruir el estado y comenzar de nuevo, porque está pasado. Ese estado huele a compota rancia desde aquí.
Yo entiendo la preocupación del estado, de las élites y sus siervos por controlar la información y que las referencias al «Ministerio de la Verdad», la reescritura de la historia y la deformación del lenguaje les resultan críticas innecesarias. Lógico, a mi también me parece innecesario llevar un cartel luminoso en la frente cuando voy a arrearle una hostia a alguien. Pero eso no convierte a ese alguien en fascista.
Parece que hay que preocuparse porque la gente lea libros de George Orwell. Es terrible que la gente entienda que las verdades «oficiales», la deformación ideológica del lenguaje y las agencias «verificadoras» subvencionadas por el estado y grandes grupos de inversión son entidades anormales en una sociedad libre.
Yo ya sé que no tengo salvación posible y debería ser condenado a ver en bucle el documental «los superhombres Ferreras y Begoña son nuestros superiores» con palillos en los párpados. Pero si, por un momento, asumiéramos que lo normal es querer hacer mi vida y que no me la dirijan desde algún club de alterne para diputados y gente que vive de dividendos, imaginemos las implicaciones. Quizás George Orwell no conduciría al fascismo. Lo mismo, llamadme atrevido, el peligro sería la camarilla mafiosa internacional que controla estados, medios de comunicación y el sistema financiero y que quiere decidir qué libro reposa sobre mi mesilla.
Y, con respeto, el que quiera quitar de mi mesilla «1000 recetas de oro» de Karlos Arguiñano, me puede llamar fascista y, de paso, hacer cola para irse a tomar por saco.
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