Pedagogía, repuesta para todo, solución para nada.
Ya comienzo aclarando que no considero que la labor educativa sea dar un marco moral y cívico(aunque también) tanto como unos conocimientos. Como decía mi abuela: «los valores vienen de casa». La escuela y el profesorado pueden y, es deseable que, ofrezcan un refuerzo al desarrollo moral de los más pequeños para que de adultos sean medianamente funcionales. Aunque es imposible pretender que de la escuela salgan escuadrones uniformados que cumplan la ley y jamás delincan. El temperamento individual y otros muchos factores externos lo impiden y es muy ingenuo o, incluso algo totalitario, pensar que insistir en un marco moral a la fuerza ofrece resultados universales y generalizados. Quizás algunos que creen que pueden actualizar y mejorar la formación del Espíritu Nacional, no han visto que de esos lodos no salió precisamente una generación calcada a esas enseñanzas. Pero no es exactamente el tema del que quiero tratar. Aunque casi.
Hace ya muchos años que ante cada aumento de criminalidad entre los jóvenes, una corriente mayoritaria de opinión pública, «experta» y política reduce el problema a «más pedagogía». Si los niños se pegan, se les hacen charlas contra la violencia. Si hay agresiones sexuales, les damos charlas y les damos condones. Y todo acto criminal de jóvenes en la linde de la mayoría de edad se resume en responder «hace falta más pedagogía en las aulas». Y a veces también se añade «(…) y en las familias».
La idea podía tener sentido hace muchos años, aunque ya tenía críticas potentes a las que se hacía caso omiso. Y se sigue por esa linde aunque los problemas aumentan. Me recuerda a situaciones médicas en que un tratamiento no soluciona la enfermedad, empeora los síntomas, debilita aún más al paciente pero el médico insiste en seguir e, incluso, aumentar la dosis. Nadie lo aceptaría, todos pensaríamos «lo está matando». Pero no solemos pensar así sobre el tema del que trato.
Se ha convertido en tal cliché lo de «hay que tratarlo con pedagogía», que da para chistes de todo tipo. Especialmente porque muchos profesores reniegan de los pedagogos. No sé por qué. Es broma, todos sabemos el motivo. Tratar a niños y jóvenes como a ratas de laboratorio con teorías cuestionables más cercanas a la alquimia que a la ciencia, mientras se ignora a quiénes tratan con ellos cada día, es algo bastante reprochable.
Y si le sumamos el recelo de muchos responsables políticos y supuestos expertos, que rechazan cualquier amago de inculcación de valores en el hogar como universalmente incorrecto y nefasto, la guerra está más que abierta.
Puedo aceptar y lo veo, que hay hogares más funcionales que otros. Pero no lo veo como algo generalizado a combatir y sustituir por una pedagogía totalitario. Lo lamento, veo más funcional en promedio a cualquier abuelo, madre o tío tercero que al profesor desmotivado cansado de recibir órdenes y de que se le cuestione la autoridad. Y no es nada contra el profesorado, es más bien a favor. Pongo el cuestión a sus superiores, que en sus despachos y ante cualquier problema siempre salen con la misma respuesta.
El profesor promedio, por sí mismo y en apoyo al hogar del niño, tiene más capacidad de mejorar el marco moral del futuro adulto que un politicastro y sus 3 pedagogos del gabinete puestos a decidir que las familias son nefastas y el profesor debe jugar a que le hagan caso mientras se cuestiona su trabajo y su autoridad. Cosa que se traslada a los padres, que terminan cuestionando también al profesor por reflejo de sus superiores. Una farsa que solamente afianza a una casta dirigente que no soluciona nada, pero malmete contra todos.
Y a añadir, el tema de combatir la criminalidad con pedagogía. Primero, el crimen es inmoral pero su principal factor definitorio es su ilegalidad. Cuando ya has llegado a violar la ley, es difícil sostener que debes retrotraer al sujeto a desarrollar un marco moral con tácticas pedagógicas. Se puede conseguir en un puñado de casos, pero en general ya llega tarde.
Inculcar un marco moral ciertamente sólido puede hacer que muchos niños desarrollen un civismo admirable. Pero no todos. Y no siempre. No somos muñecos articulables a los que puedes dejar a todos en la misma posición. No quiero ponerme ni teológico ni agorero, pero el mal existe. Como el dolor, el egoísmo o el altruismo. Siempre habrá un bastardo. Como siempre habrá una persona que merece el cielo. La cuestión no es tanto pretender acabar con el mal(algo imposible) como reforzar y alimentar la bondad. Si, me ha salido muy cristiano. Pero no por ello es menos cierto.
Y, la verdad, cuando desautorizas al profesor, denigras y pones en cuestión los valores del hogar como si todos los niños vinieran de la cueva de Alí Babá, la cosa promete poco.
Cuando el joven que roza la edad adulta comete un delito con todas las letras, es inútil y vacío hablar de pedagogía. Ya no se puede volver atrás. Y que existan esos individuos no hace que toda una serie de generaciones merezcan más charlitas y moralinas que hacen más daño que bien. Porque ningún niño es tan estúpido para no ver qué insistir mucho en ciertas ideas pero desautorizar a profesores y padres es incoherente y significa que algo falla. Y eso puede generar el rechazo a la autoridad de forma generalizada o al discurso que se intenta imponer por repetición. Porque la insistencia genera rechazo.
Quizás, llamadme osado, deberíamos establecer un acuerdo tácito en que profesores y padres se respeten mutuamente y recuperen su autoridad para poder dar a los niños las herramientas morales necesarias para vivir en sociedad. Y si el día de mañana, algún descarriado decide pasárselo por el forro de los cojones y cometer atrocidades, dejar claro que cuando ya existe delito y se han dado dado las pautas para no caer en eso, la única salida es la justicia clásica de toga y maza y no las charlitas de un pedagogo que jamás pudo llegar a vendedor de biblias. Porque sostener que alimañas de 16 años que cometen y reinciden en crímenes abyectos merecen una charlita y esperar hasta la siguiente barbaridad, es entre ingenuo y directamente malvado. Especialmente cuando aquellos que sostienen esa pedagogía como respuesta, son quiénes alimentaron a la serpiente negando a padres y profesores como autoridades válidas. Y cuando aparecen los problemas, aplican como remedio aquello que creó el problema.
Y no, no es una defensa del autoritarismo. Va de la autoridad al autoritarismo lo que del agua al aguarrás. Y siento decir que negarle a un profesor la potestad legítima de decirle a un niño sin control «Pepito, calla» es esperar mucha ventura de un niño que llegado a adolescente sabrá que ningún adulto tuvo capacidad reconocida de imponerle una norma mínima. A ver entonces cómo se le detiene si se sabe impune y sin control. Habrá que llegar a la sangre para que hayan lloros y, entonces, salgan los de la pedagogía. Y vuelta la mula al carro.
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